Sopa de la Calapurca

El entorno, salpicado por casitas de adobe, con ropa tendida al sol y el humo de alguna cocina que se dispersa sobre el azul intenso del cielo, invita a una caminata acompañado con las llamas, para llegar a Suchuhuaico. El paizano de la zona acompaña gentilmente al visitante para conocer el lugar y las fincas. Los más animosos podrán llegar caminando al cerro rojo que invade la vista, caminando hasta el túnel que conecta las dos costas de río, y desde allí visitar algunas de las fincas que deshidratan verduras y hortalizas con energía solar. En ese lugar elaboran una línea de ricas sopas andinas envasadas, como la de Quinoa y la Calapurca.




La comunidad, integrada en su totalidad por grupos de agricultores que trabajan en sus parcelas familiares, produce especialmente maíz, papas y habas, entre otras variedades de cultivos. Las puertas de las casas se abren para recibir a visitantes que quieran experimentar un turismo rural quebradeño.
También ofrecen su cocina tradicional andina, como la sopa de la calapurca, en un circuito que se complementa con una paseo hasta importantes sitios donde se asentaron los primeros grupos aborígenes. Entre estos sitios está Huachichocana, con pinturas rupestres de la población prehispánica, y la Quebrada de Sepultura, otro sitio sagrado de la cultura omaguaca para descubrir andenes de cultivos y restos de construcciones.



Doña Raquel, con sombrero incluido, trajina en la pequeña cocina donde relucen los fogones sobre la estructura del noble adobe, marca registrada de cualquier casa de la quebrada. Con distintas ollas y un viejo caldero de barro que acusa varias campañas, ella cocina el cabrito que formará parte del sustancioso menú.
Desde muy temprano en la mañana comenzó a moler el maíz, base esencial de la calapurca, una sopa de origen quechua cuya receta, que irá mostrando paso a paso, ha heredado de sus ancestros y como una ceremonia seguimos con atención.

Es parte de la tradición de las comunidades y se sirve especialmente en los velorios y el día de los muertos. Mientras Francisco, nos entretienen con información de la región, Raquel cuida el fuego donde se calientan las piedras previamente seleccionadas en Suchuhuaico, último toque de la receta y su parte más sorprendente.

Con la mirada fija en la olla principal, donde ya burbujea el espeso caldo con sus ingredientes a punto, la cocinera saca de entre las llamas las piedras calientes y las introduce en la sopa. La superficie se llena de grandes ampollas y anuncia que el plato está listo para ser servido en rústicos cuencos y degustado en el sencillo comedor, sobre un mantel de impecable aguayo, en compañía de toda la familia.